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  • Juan Marco Kimmel

Cash no siempre será King


En mis primeras clases de Contabilidad recibí de mi profesor la milenaria creencia de que el efectivo prima por encima de todo. En el contexto particular se refería a la vital importancia de la liquidez de una empresa para la viabilidad en sus operaciones; también es usado para referirse al poder que tiene frente a otros activos financieros o de inversión menos estables. Pero la interpretación más afín a mi conocimiento en el momento y a mis experiencias previas poco tenía que ver con eso. Y en esa medida asumo que tampoco sería así para la población en general. Cuando se habla de efectivo, la asociación inmediata difícilmente es “activos financieros” o “flujos de caja”; sin descontar su relevancia. La asociación directa es, realmente, a un medio de pago. Y en estos términos su condición de “rey” yace en su versatilidad y en su aceptación masiva casi que en cualquier establecimiento comercial frente a las tarjetas de crédito o débito.


En Colombia, es una mala política de dominio personal salir a la calle sin efectivo. La viabilidad de depender únicamente de una tarjeta es prácticamente nula, dependiente de una visión utópica y de una economía de pagos desarrollada que escasamente se cumple en la capital del país. Romper esta idea un tanto ingenua es tan fácil como necesitar de improvisto un servicio de taxi o consumir un producto en una tienda con un datáfono fuera de línea, suponiendo que hubo uno en primer lugar (pues no es tan obvio como parece inicialmente). Es entonces una práctica común al salir de cualquier lugar meterse la mano a los bolsillos y hacer un pequeño recuento mental: “1. Celular. 2. Billetera. 3. Llaves, …”. Particular énfasis en la billetera que, reitero, debería contar con alguna cantidad de efectivo.


Sin embargo, esta preocupación no parece ser universal e, idealmente, tampoco será permanente para nosotros. La razón se debe a la permeación de los sistemas de paytech en las transacciones de muchos países. Paytech es un término relativamente nuevo que se refiere a tecnologías de pago y hace parte del concepto general de Fintech, en la misma venia, tecnología financiera. La gran ambición de Fintech es la habilitación de modelos de negocio y de sistemas previamente inconcebibles sin la tecnología actual y la segunda, de particular relevancia para lo tratado aquí, es la conveniencia.


Aquí es donde entra a jugar paytech como se está discutiendo. Un claro ejemplo es el funcionamiento de las propias tarjetas débito o de crédito. Recientemente, se han estandarizado los datáfonos y las mismas tarjetas que habilitan transacciones a través de sus chips con tan sólo ubicar una encima del otro, lo que se ha llamado contactless, reemplazando el mecanismo de insertar la tarjeta y digitar su pin. Un buen primer paso hacia lo que hemos mencionado como conveniencia, pero cuenta de igual manera con percances, pues muchos bancos limitan los valores de las transacciones realizadas de esta forma por cuestiones de seguridad ya que, al no necesitar pin, cualquiera puede hacer uso de tarjetas ajenas de esta clase de manera fraudulenta. Los riesgos se hacen evidentes cuando se tiene en consideración que casi cualquier billetera o tarjetera moderna de alta gama cuenta con tecnología RFID blocker (Radio Frequency Identification, por sus siglas en inglés) para evitar el robo de la información contenida en los chips de las tarjetas.


Más allá de estas tecnologías se encuentran las tarjetas que funcionan a través de confirmaciones biométricas. Iniciativas como la EMV card del grupo Thales o el programa Visa Ready for Biometrics ofrecen a los bancos tarjetas de crédito con lectores de huella integrados donde la información biométrica del usuario está registrada únicamente en la tarjeta y no en los servidores de las empresas bancarias, haciéndolas seguras, no clonables e intransferibles. El producto permite realizar pagos insertando la tarjeta o de forma contactless sin necesidad de pines, todo simplemente reconociendo la huella del usuario y solucionando así algunos de los problemas mencionados de otros métodos.

Con todo y esto, existen soluciones que trascienden la necesidad física de cargar con las tarjetas. Este es el caso de servicios más familiares en el contexto colombiano como lo son Nequi, RappiPay o la propia plataforma del Banco Davivienda, DaviPlata; entre otros. Todos funcionan a través de aplicaciones en las que se transfieren fondos y permiten pagar digitalmente por productos o realizar transferencias a cuentas conocidas de otros bancos. Y las transacciones no están limitadas a servicios de e-commerce únicamente, pues se puede pagar en establecimientos comerciales a través de códigos QR que, además de su conveniencia, surgen como una gran alternativa dadas las condiciones sanitarias actuales al limitar el contacto físico necesario para pagar por bienes y servicios. Sin embargo, también cabe resaltar que los establecimientos deben ser compatibles con estos servicios para que sean de alguna utilidad (otra vez, no tan evidente como parece).


Aún más allá se encuentran servicios de digital wallets, comunes en países ligeramente más desarrollados. Estas billeteras digitales funcionan de igual manera a través de una aplicación en donde está almacenada la información de todas las tarjetas de crédito o débito del usuario y donde se registran además cupones, tarjetas del metro, tiquetes para eventos o el propio carné universitario en algunas instituciones de Estados Unidos. Los pagos se realizan a través de los celulares en las mismas máquinas que entrarían en contacto con las tarjetas gracias a sus chips NFC (la gama de celulares S20 de Samsung del año pasado incluso contaba con tecnología MST o Magnetic Secure Transmission, que genera una señal similar a la de las tarjetas tradicionales para su uso en terminales de pago sin NFC) y dependen de una mínima confirmación del usuario, ya sea biométrica con el sensor de huella del teléfono o el reconocimiento facial o a través de un pin. Estos incluyen Apple Pay, Google Pay, Samsung Pay, entre otros que operan en muchos países europeos y asiáticos y en Estados Unidos, en donde son ampliamente aceptados. De igual manera, estos medios de pago pueden ser utilizados dentro de aplicaciones y en páginas en línea para las compras por internet y, en el caso de Apple Pay, se pueden transferir fondos a contactos por medio de iMessage con tan solo determinar el monto y dar autorización. Lastimosamente, el único mercado latinoamericano en el que opera actualmente es en Brasil, pero una expansión a otros países es difícil de descartar.

Y por si todo esto no parecía suficiente para satisfacer esta noción del paytech como enteramente conveniente, plataformas similares y gigantes tecnológicos en China como Alipay y WeChat Pay están tan integrados en la economía del país que a través de ellos se pueden realizar transferencias bancarias, pagar servicios telefónicos y seguros, comprar tiquetes para medios de transporte públicos y almacenar documentos de identidad. Allí es posible pagar en McDonald’s, Starbucks y 7-Eleven directamente en las aplicaciones. Alipay también realizó un acuerdo con BBVA para permitir que turistas chinos pagaran en establecimientos en toda España a través de su plataforma sin tener siquiera que preocuparse por cambiar su divisa al euro. Y, aún más impresionante, desde 2017, Alipay permitía confirmar pagos en KFC sin necesidad de celulares ni inicios de sesión en ninguna terminal de pagos: lo hacía cuando el usuario sonreía a una cámara en lo que se llamó “smile to pay”.


Tras este breve recuento de tecnologías de pago, lejanas todas del efectivo, no se puede pensar en la superioridad absoluta de este en la dimensión que inicialmente imaginé cuando me hablaban de cash is king. Aún menos cuando se tiene en cuenta que, gracias a la naturaleza de esta industria, todos estos procesos son constantemente actualizados y mejorados y su compatibilidad no hace más que masificarse. Y todo esto sirve además como un breve recordatorio de que la tecnología, y particularmente Fintech, existe para hacernos la vida más fácil, para democratizar los servicios financieros y, si funciona bien, para hacer que la conveniencia que antes reinaba parezca obsoleta. Digo esto con una visión muy optimista pensando además en que Colombia es el tercer país que lidera la actividad Fintech en América Latina según Edwin Zácipa, el joven más influyente en el ecosistema Fintech en la región.

El futuro que imagino, ese en el que se pueda salir sin efectivo -ahora incluso sin billetera-, está en camino y, si la adopción tecnológica masiva debida a la pandemia es un factor relevante, está más cerca de lo que alcanzamos a dimensionar.

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