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  • Juan Felipe Benavides, Juan Esteban Berdugo, Laura Vallecilla, Juliana Velasco

La inclusión y la educación financiera: Pilares para el relevo generacional del campo colombiano.



La inclusión financiera en el campo es vital para lograr transformación y desarrollo. Por medio de esta, es posible conseguir una mejor distribución de ingresos y, por lo tanto, aumentar la productividad en las distintas áreas de trabajo. Para los colombianos que trabajan en el campo, pese a que el sector agropecuario constituye una parte importante de la economía del país, el cubrimiento de servicios financieros y conocimiento en temas de este tipo no es el esperado. Teniendo en cuenta lo anterior, es importante resaltar la educación financiera en el campo como una herramienta clave para conseguir mejoras en la calidad de vida de los campesinos, mientras se desarrolla el potencial agropecuario del país. De esta manera, para lograr cambios que prevalezcan en el largo plazo y contribuir con el necesario relevo generacional en el campo de nuestro país, se debe educar en especial a los jóvenes campesinos, quienes mediante la educación financiera lograrán detectar grandes oportunidades y opciones de sustento en la ruralidad colombiana.


Ahora bien, para poder formular una posible solución al poco alcance de la educación financiera en el campo colombiano, es necesario entender el contexto general en el que se encuentra actualmente la ruralidad. En concreto, es menester entender el nivel educativo de la población, en relación con la educación financiera y el cambio en el bono demográfico por la migración de los jóvenes hacia zonas urbanas. Inicialmente, el campo colombiano envejece cada vez más rápido, teniendo en cuenta que los jóvenes entre los 14 y los 28 años migran a la ciudad porque la ven como una oportunidad de obtener ingresos y encontrar una respuesta a la falta de empleo bien remunerado (Finagro, sf). Por esta razón, es que más de 300.000 jóvenes deciden migrar hacia zonas urbanas en busca de un crecimiento profesional y personal. En adición a esto, los jóvenes rurales experimentan presiones económicas debido a que están cambiando sus roles de ser quienes producen los alimentos, contribuyen en la seguridad alimentaria y potencian la identidad campesina, a ser quienes se desplazan a la ciudad, pretendiendo acceder a mejores oportunidades y condiciones de vida (Medina, 2017). Según el mismo autor, “en Colombia hay 2,6 millones de jóvenes rurales que representan el 24,5% del total de población rural, de este porcentaje, el 12% está migrando hacia la zona urbana, entre éstos el 45% son hombres y el 55% son mujeres” (2017). Finalmente, según el censo de Finagro de 2018, hay 16.378 productores de los cuales el 77% son mayores a 40 años, y tan solo el 17% tienen técnico o universitario. Además, en cuanto al reto de la inclusión financiera, según la banca de oportunidades, “en las principales ciudades el porcentaje de adultos con productos financieros es de 88,7%, y en municipios rurales y rurales dispersos es de 66% y 55,4%, respectivamente” (Banca de oportunidades, 2018). Esto es entonces un indicador del bajo nivel educativo y de acceso a nivel financiero de quienes habitan el campo.

Así las cosas, según el cambio demográfico que está generando la migración de los jóvenes a la ciudad y el nivel educativo de los adultos que vienen en la ruralidad, es fundamental avanzar en una educación financiera que transforme y mejore la calidad de vida de quienes habitan el campo. Adicionalmente, se hace imperante buscar estrategias para que los jóvenes encuentren oportunidades laborales y de crecimiento profesional en el desarrollo de sus actividades rurales.


En primer lugar, La organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) define a la inclusión financiera como la “promoción de un acceso asequible, oportuno y adecuado a una gama de productos y servicios financieros regulados, así como la expansión de su uso por parte de todos los segmentos de la sociedad” (Villarreal, 2018). En otras palabras, la inclusión financiera es una herramienta capaz de contribuir a la transformación del campo por medio de la acumulación de activos de manera segura, aumentos en productividad, mitigación de riesgos y una mejor distribución de ingresos. Una de las estrategias para el fomento de la inclusión financiera es la educación en este tema con el fin de promover la innovación y el bienestar. Lo anterior, ya que es un proceso en el cual los agentes financieros “mejoran su comprensión de los productos financieros, los conceptos y los riesgos, y, a través de información desarrollan las habilidades para tomar decisiones informadas y ejercer cualquier acción eficaz para mejorar su bienestar económico” (García et al., 2013). Los ciudadanos con educación financiera son capaces de administrar eficientemente sus recursos y de entender las políticas que se estén desarrollando en sus países. “Dado el carácter transversal de la inclusión financiera, las políticas públicas relevantes para su fomento trascienden aquellas directamente vinculadas con el sector financiero” (Villarreal, 2018).


Teniendo en cuenta lo anterior, es importante resaltar que el sector agropecuario colombiano es un elemento muy importante en la economía del país. Según datos del Banco de la República en 2017 este representó el 6,3% del producto interno bruto (PIB) nacional. De esta manera encaminar el sector en una trayectoria de mayor inclusión financiera es un proceso necesario, pues a pesar de que desde 2015 Colombia tiene el 100% de cobertura en todos sus municipios, los municipios rurales y rurales dispersos, donde vive el 16,6% de la población en Colombia, tenían el 4,1% de los puntos de acceso del país. Asimismo, en los municipios rurales el indicador de inclusión financiera fue de alrededor del 60%, que equivale a 3,4 millones de adultos con productos financieros (Banca de las Oportunidades, 2018). “La baja densidad poblacional, así como los deprimidos niveles de ingreso, ofrecen márgenes muy bajos para compensar los altos costos operacionales que plantea la incorporación de poblaciones excluidas, sobre todo con esquemas de negocios tradicionales” (Villarreal, 2018). Asimismo, es evidente que las condiciones socioeconómicas de estas personas restringen la demanda de servicios financieros y por su parte, las entidades limitan la oferta de dichos servicios.


Ahora bien, es evidente que, para lograr un relevo generacional en la ruralidad colombiana, los jóvenes deben estar convencidos de que mediante la tecnificación de los procesos productivos y la estructuración de un plan de negocio por medio de estrategias gerenciales, pueden encontrar grandes opciones de sustento en el campo. En ese sentido, es de vital importancia la existencia de programas gubernamentales o privados que busquen facilitar a los jóvenes alcanzar este objetivo. Ejemplo de esto es el programa de educación orientado a productores rurales de jazmín en la India, desarrollado en 2014, en donde se comparó el desempeño de 100 campesinos que participaron del programa contra el de 100 campesinos que no, evidenciando que el primer grupo logró desarrollar una mejor planificación de los gastos agrícolas, incluyendo el de los insumos, y los de la tierra e infraestructura de riego. Del mismo modo, a nivel local existen programas de educación como FINCA, desarrollado por Asobancaria, el cual cuenta con módulos sobre finanzas personales, economía de la finca verde y planificación para el pequeño productor, de modo que los estudiantes del programa “obtengan herramientas para proteger y mejorar los medios de vida rurales y de bienestar social” (Asobancaria, 2019). Otro gran ejemplo es el liderado por la Secretaría de Desarrollo rural de Antioquia, el cual interviene a comunidades jóvenes rurales para que desarrollen iniciativas empresariales por medio del mejoramiento de los sistemas productivos familiares. Además de los mencionados, existen otros componentes importantes con los que deben contar estos programas para poder plantear una renovación generacional exitosa, pues tal como afirman Pitson, Appel y Balmann (2020) también se debe capacitar a los jóvenes para que tengan un mayor conocimiento de los mecanismos del mercado, de mercadeo, de las cadenas de suministro y del poder de negociación.


En conclusión, es indudable que el sector agrícola es de los más importantes para el sustento de la economía del país, y es completamente necesario que se provean las herramientas para que se pueda plantear un desarrollo de este en el largo plazo. Para ello, es muy fundamental que a nivel público y privado se trabaje en pro de la inclusión financiera y de la educación en este tema, haciendo énfasis en entregar recursos a los jóvenes del campo, que les permitan desarrollar un modelo de negocio a partir de su actividad. Sin embargo, la labor no se debe quedar ahí, pues si se quiere propiciar un cambio trascendental en la ruralidad colombiana, se deben abordar también otros temas propios del ambiente como el del conflicto, los incentivos estatales, la relación con los intermediarios, entre otros.






Referencias:








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